NO DEJO de repetir el primer verso
y corregir la palabra:
-«Puse la mesa para seis»...
Te olvidaste de uno, el séptimo.
Estáis tristes los seis.
Ráfagas de lluvia cubren vuestros rostros.
Cómo pudiste, en esa mesa,
olvidar el séptimo, la séptima...
Están tristes tus huéspedes,
aburrida la garrafa de cristal.
Desconsolados ellos, desconsolado tú,
y, más desconsolada, la que olvidaste invitar.
Sin alegría, sin brillo,
ah, no coméis ni bebéis.
¿Cómo pudiste olvidar el número?
¿Cómo te confundiste en el cálculo?
¿Cómo pudiste, cómo osaste no entender
que seis (dos hermanos, el tercero
-tú mismo- con tu mujer, y los padres)
eran siete -puesto que yo existo.
Pusiste la mesa para seis,
pero no se reduce el mundo a seis.
Para ser un espantajo entre los vivos,
prefiero ser un fantasma, con los tuyos,
(los míos...)
tímida como un ladrón,
¡sin rozar un alma siquiera!
Me siento en el lugar -la séptima-
delante del cubierto que no has puesto.
¡Por fin! ¡Volqué mi vaso!
Y todo lo que era preciso derramar,
-la sal toda de mis ojos, toda la sangre de las heridas-
desde el mantel al parqué.
Y ningún féretro, ninguna separación.
La mesa exorcizada, la casa despierta.
Como la muerte a un banquete de boda,
yo, la vida, presente en esa cena.
Nadie: ni hermano, ni hijos, ni esposo,
ni amigo; y un reproche, pese a todo:
tú -que pusiste la mesa para seis almas,
ni siquiera me pusiste en un rincón.
6 de marzo de 1941
(En: Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva: El canto y la ceniza. Antología poética. Selección y traducción de Monika Zgustova y Olvido García Valdés. Círculo de Lectores. Barcelona. 2005)
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